Chano y La Lagunilla: libros de dolor, misterio, corrupción y alegría

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Alguien, especulamos que un caballero al que llamaremos Artemio, con pluma estilográfica escribió a una dama en un libro esta dedicatoria: “Anita, cuando en las noches, divagada, sueñes felicidad y amor, cuando tengas reunidos los encantos de todo el corazón, vuelve tus negros ojos al pasado en señal de perdón. Y recuerda a los que hayas olvidado, murmurando en sus nombres una oración. México, sábado 3 de marzo de 1923”. Y ya. Suena a que Artemio, de amor herido por el cruel puñal de Anita, iluminado por una lámpara de querosén en la soledad de un cuartito, le suplicaba a ella recordarlo, ofrecerle perdón e implorar su retorno en la noche, en horas en que la sangre hierve. Pobre Artemio, ojalá no haya muerto de amor.

Y se preguntarán en qué libro 14 días atrás abierto por Lénika -preparatoriana de la Ciudad de México que adora la fragancia y la tipografía de las páginas primitivas-, Artemio escribió ese versito adolorido hace 102 años, justo semanas antes de que en su país en guerra Pancho Villa fuera asesinado. El libro es “La Alegría de Vivir”, de Orison Swett Marden, escritor que en tiempos de la Primera Guerra Mundial explicaba a las y los desdichados cómo alcanzar la plenitud en la vida aunque en sus casas cayeran bombas.

A diferencia de lo que podrías imaginar, Lénika no descubrió a Artemio, Anita y Orison en una biblioteca abandonada, sino en  el corazón palpitante de La Lagunilla, en el barrio prehispánico de Cuepopan-Tlaquechiuhca, en medio de una montaña de libros y tinta, delirante amontonamiento de papel sobre tablones donde también hay otro elemento: una pancita espesa que se chorrea en un plato de telgopor con medio kilo de tortillas al lado.

Gustoso, sorbiendo ruidosamente para que no se le escape una gota del jugo caliente de chile pasilla, cebolla y epazote, el responsable del changarro de libros viejos al que le pido su identidad me responde algo que no sé si es verdad. “Chano, éste es el puesto de Chano”, informa y se hace otro taquito. Cuando veo la cantidad de caldo de su plato pienso en el librocidio grasoso que provocaría un derramamiento accidental sobre tantos y tantos volúmenes, entre los que elijo uno encuadernado elegantemente en café, guinda y oro: “Comedias Escogidas de don Agustín Moreto y Cabaña”. En la número 3 de sus 655 páginas sepias como papiros, detecto el año de su publicación: 1873. Es decir, es un libro de hace 152 años, publicado meses después de que se patentara el teléfono y 13 años antes de que se inventara el primer automóvil. Su antigüedad no sería nada rara si estuviéramos en una librería de viejo en Donceles que acaso te vendería un ejemplar por el estilo en 8 mil pesos, pero sí lo es cuando este puesto de la multitudinaria Lagunilla avisa en un cartel marcado con un plumín descuidado “Barata $20”, como si vendiera tacos de arroz con huevo. Como me doy cuenta que estoy por comprar casi-casi un incunable por unos pesos, agarro el antiquísimo libro y le pregunto a Chano, “¿De a 20?”. “Sí, 20 varitos, mano”, me responde. Con una culpa insoportable, como si estuviera robando las Joyas de la Corona Escocesa, saco dos monedas de 10 para que nadie me lo gane y seguir. Puedo continuar saqueando la Biblioteca de Alejandría chilanga del cruce de Allende y López-Rayón que no llenan de silencio eruditos que pasan su lupa por las letras sino vendedores que frente a hordas humanas descerrajan sus gargantas al grito de ¡Bueno, bonito y barato: todo el pijama a 80!, ¡calcetín de caballero en seis pesos!, ¡todo el corpiño en 14! o lo que dice una bocina en un bucle infinito arriba de unas mesitas de plástico: ¡Pásele a probar ricos tacos de barbacoa de horno, campechanos, consomé y refrescos fríos!

Pero yo no me distraigo; aunque atrás mío me empujen los que se arrebatan toallas de Masha y el Oso, Chayanne y Selena, vuelvo la mirada al puesto de Chano, el más barato entre las pacas de libros que sobre la calle venden aquí desde 1949 títulos misteriosos, absurdos, arcaicos, desconocidos (“Yo Nací con la Luna de Plata”, “Historia de lo Inmediato” de Renato Leduc o “La Alegría de la Virginidad”, cuya portada son cinco mujeres piadosas tendiendo sus manos al cielo). O bien otros que dibujan el triste devenir de México: “¿Nueva clase política o nueva política?” del asesinado José Francisco Ruiz Massieu, “Pensamiento Político” del fabricante de crisis Miguel de la Madrid, “Mis tiempos” del tenebroso José López Portillo o “La Quina, el lado oscuro del poder” sobre el líder petrolero acusado de homicidio, acopio de armas, corrupción y otras linduras.

Pero no te pongas de malas. Visita el puesto de Chano, mete la mano en los libros sepultados en polvo que ruegan volver a la vida y revisa sus dedicatorias: quizá encuentres la de tu abuelo declarándole su amor hace 60 años a tu abuelita, como la del pobre Artemio a Anita.

 

 

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